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Qué buen caballero sería... si no hubiese señor: Repensar la virtud en tiempos de horizontalidad

Actualizado: 27 may


"¡Qué buen caballero sería si tuviese buen señor!"— Cantar de mio Cid
"¡Qué buen caballero sería si tuviese buen señor!"Cantar de mio Cid

Esta frase antigua, surgida en el marco de la épica feudal, conserva una resonancia inquietante para quienes, hoy, tratamos de pensar lo común desde la horizontalidad. No habla solo de un hombre justo y valiente frustrado por la mediocridad de su rey. Habla, en realidad, de un conflicto persistente: la tensión entre la virtud personal y el sistema que la contiene o la sofoca.


Inspirado por un hermano que adoptó el nombre simbólico de Cid, no por nostalgia de reinos pasados, sino por la profundidad ética de esta sentencia, esta reflexión quiere ser un homenaje: a quienes sostienen la dignidad incluso cuando el mundo no la reconoce.


La figura del “buen caballero”

El buen caballero, en esta frase, no es simplemente un guerrero leal y obediente. Es una figura simbólica de la virtud activa: alguien que posee cualidades éticas, disposición al servicio, sabiduría y coraje. Pero todas esas cualidades quedan condicionadas, incluso neutralizadas, por su entorno de poder. Si el señor no está a la altura, la virtud queda atrapada, desviada o humillada. No basta con ser justo: también hace falta un espacio justo donde ejercer la justicia.

Aquí está el primer punto de reflexión: ¿cuántas personas nobles, íntegras o lúcidas han sido deformadas, desgastadas o acalladas por estructuras que no supieron, o no quisieron, acogerlas?


La mediocridad no es solo vertical

Es fácil, y a menudo necesario, criticar las formas jerárquicas del poder: monarquías, autoritarismos, verticalismos revestidos de democracia. Pero el problema se vuelve más complejo cuando descubrimos que la mediocridad y la corrupción no son exclusivas de quienes mandan, sino que se reproducen, a menudo con otros nombres, en los espacios que se declaran “horizontales”.


Asambleas, movimientos sociales, colectivos barriales o incluso espacios educativos pueden caer en dinámicas que anulan la singularidad, castigan la diferencia, celebran la obediencia disfrazada de consenso o desconfían de toda excelencia no sancionada por el grupo.Allí también el “buen caballero” encuentra señores. Señores sin corona ni cetro, pero con poder sobre la palabra, sobre los afectos, sobre la pertenencia.

Por eso es necesario decirlo claro: el problema no es solo tener un mal señor, sino seguir construyendo relaciones que necesitan un señor.


Repensar la virtud en lo común

Vivir en comunidad implica establecer pautas, acuerdos, formas de regulación y cuidado mutuo. Pero también implica reconocer que la justicia no es simplemente un marco legal, sino una atmósfera ética que debe nutrirse, escucharse, cuidarse. La virtud, en el sentido antiguo y profundo del término, no se impone ni se decreta. Se cultiva. Y ese cultivo no puede depender de la aprobación de un líder, de la burocracia de un reglamento o del aplauso del grupo.

Una comunidad que quiere ser verdaderamente común ha de encontrar formas de reconocer la virtud sin subordinarla, de organizarse sin silenciar la diferencia, de cuidar sin tutelar, de coordinar sin jerarquizar.

 

El eco de una vieja frase

La fuerza de la frase "¡Qué buen caballero sería si tuviese buen señor!" no está solo en lo que denuncia, sino en lo que permite repensar:

¿Y si el buen caballero no necesitase ya un señor?

¿Y si el problema no fuese la falta de virtud, sino la falta de estructuras que la acojan, la protejan, la escuchen?

En tiempos de reconstrucción social, política y afectiva, esta pregunta nos interpela profundamente:¿estamos construyendo comunidades donde la virtud pueda florecer… o simplemente nuevos espacios donde se repiten las viejas lógicas del poder, ahora con otro nombre?

 

Para seguir pensando juntos

La horizontalidad no es ausencia de estructura, sino presencia consciente de relaciones que cuidan, que distribuyen, que escuchan. No hay virtud sin comunidad, pero tampoco comunidad sin la posibilidad de la virtud.


La tarea sigue abierta: aprender a convivir sin señores… y sin necesidad de serlo.

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