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Del Filósofo-Rey al Ciudadano Pensante


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"Los males de los hombres no tendrán fin hasta que los filósofos se conviertan en reyes, o los reyes se vuelvan verdaderos filósofos..."

— Platón, La República


Es fácil entender el origen de esas palabras.

Quien las escribió vivía en un tiempo incierto, marcado por la inestabilidad,

donde la mayoría no tenía acceso ni al saber ni a la decisión.


Pensar, entonces, era un privilegio.

Y gobernar, un ejercicio de fuerza o de herencia.

Unir ambos mundos —la filosofía y el poder— parecía un gesto de equilibrio:

si no podíamos ser todos sabios, al menos que quien mandara lo fuera.


Pero con el paso del tiempo, algo empezó a transformarse.

La palabra se hizo más accesible.

La educación se volvió un horizonte común, aunque lleno de obstáculos.

Y lentamente, en muchas partes, comenzaron a surgir espacios donde el pensamiento ya no era propiedad de unos pocos.


Ya no es tan raro ver comunidades que intentan decidir juntas,

personas que se preguntan lo que antes solo se acataba,

grupos que dudan y debaten sin necesidad de un guía iluminado.


No buscamos que todos sean filósofos en el sentido académico,

pero sí que todos y todas puedan ser, en lo esencial, filósofos ciudadanos:

personas que se preguntan, que dudan, que reflexionan sobre lo justo, lo necesario y lo común.


Lo que alguna vez se pensó como tarea de uno, hoy empieza a asumirse como posibilidad de muchos.

No con fórmulas, ni con grandes teorías,

sino con una disposición modesta: sentarse a escuchar, dejarse afectar por una pregunta,

buscar respuestas que no cierren demasiado pronto.


El cambio no ha sido repentino ni silencioso.

Ha tomado formas diversas: discusiones en aulas abiertas, decisiones vecinales compartidas, redes de conocimiento libre, encuentros donde la voz no depende del rango.

No son gestos aislados. Son parte de algo mayor, que se extiende, que se ensaya, que madura.

Una nueva forma de habitar lo común, donde pensar juntos ya no es excepción, sino punto de partida.


Que sean las comunidades enteras quienes asuman, poco a poco,

la tarea de pensar con profundidad, decidir con responsabilidad

y actuar con justicia.


Una dirección que no se impone, pero se reconoce.

Un paso coherente con todo lo que hemos aprendido como especie:

que nadie puede hacerlo solo,

y que el saber compartido es más sólido que cualquier poder concentrado.


Si alguna vez creímos que el destino común debía depender de una mente excepcional,

hoy comprendemos que la verdadera fuerza está en muchas mentes despiertas,

en muchas voces conscientes,

en muchas manos que construyen juntas.

 
 
 

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